Zapatistas en Xicoténcatl
Por:
Marvin Huerta Márquez
Durante
la revolución constitucionalista, Tamaulipas fue paso obligado de muchos grupos
rebeldes que se abastecían de parque y armas en Estados Unidos, deambulando
estos grupos en diferentes municipios de la entidad, unos en son de paz y otros
cometiendo toda clase de atrosidades
A
fines de 1913 el joven estudiante de medicina Javier Echeverría Adame Marquina
y el temible Ramón Coronado, ambos de las fuerzas de Emiliano Zapata se
encontraban por separado en la parte norte de Tamaulipas, pues había acudido a
la frontera en busca de armas y parque, pues las tropas del caudillo del Sur
estaban necesitadas de ello.
Marquina iba como retaguardia del general carrancista Jesús Dávila
Sánchez —que también iba a “parquearse” a Matamoros—, cuando por el camino se
encontraron al coronel carrancista Vicente Segura, quien iba ya de regreso
rumbo a la Huasteca con elementos de guerra de su propio peculio, acompañado de
Guillermo Castillo Tapia y Alfredo Rodríguez y el zapatista Ramón Coronado,
llevando consigo 200 rifles y 100,000 cartuchos.
Al saber que otro zapatista venia en la columna de Segura, Adame
Marquina decidió incorporarse las fuerzas de Coronado.
Los huertistas de Victoria había tomado todas las medidas para
capturar el armamento, de cuyo movimiento, su espionaje lo tenía bien
informado; enviando un convoy ferroviario de 400 hombres a las órdenes del
general Higinio Aguilar para vigilar el tramo de la vía Victoria-Estación
González.
Los revolucionarios, escondidos en La Borrega, salieron la tarde
del 11 de noviembre, calculando llegar a la vía en la noche, cruzándola sin
ningún contratiempo por El Forlón; siguiendo por la Clementina. Ya de día,
encontraron sobre el camino de Xicoténcatl a la Estación Forlón dos coches de
tracción animal, en los que viajaban gentes que se dirigían a tomar el tren
a ese último lugar. Se les capturó, pues
entre los pasajeros iban mujeres, una de las cuales despertó el deseo y la
concupiscencia de Coronado, circunstancias que influyeron en el desastre que
les ocurriría.
Haciendo un rodeo, dejaron Xicoténcatl a su izquierda, lugar que
estaba guarnecido por un escuadrón de un Cuerpo Irregular al mando del capitán
antiguomorelense Simón Castillo, antiguo revolucionario rendido al gobernador
Rábago y que como tránsfuga, militaba en el huertismo, desempeñando, además, la
jefatura política del Distrito.
Los revolucionarios continuaron la marcha, y por el camino de
Santa Cruz llegaron al rancho Arroyo Blanco, en la margen izquierda del río; el
cual tenían necesidad de vadear para seguir adelante. Entre los planes de
capturar las armas, los huertistas esparcieron información falsa que pronto
llegó a los rebeldes a través de los lugareños, negando la existencia de un
vado en las cercanías, vado que sí existía en la Pepa camino de la Panocha, a
escasos 6 kilómetros del lugar por donde, en un pequeño esquife, estuvieron
pasando armas, municiones, monturas, etc., perdiendo tiempo considerable,
terminando la maniobra como a las cinco de la tarde, hora todavía hábil para haber
continuado la marcha tal como lo ordenó el coronel Segura, pero decidieron
acampar en la congregación de La Mora, lugar que era una trampa, pues está
ubicado en una curva muy cerrada del río y sólo tenía una entrada: el camino de
la Pepa, y una salida: el camino a la hacienda del Naranjo, pues por el lado de
tierra firme lo ocupaba una extensa Ciénega, circunstancia que ignoraban y que
por haberse impuesto el cabecilla Coronado con sus órdenes, hizo quedar a sus
compañeros atrapados como inocentes corderillos, a los que condujo mañosamente
Simón Castillo.
Estos
hombres tenían a cuestas veintidós horas de marcha sin descanso, sumándole la
faena de la descarga, el paso y la colocación de la impedimenta en una casa de
La Mora, pero aun así muchos eran de la idea de continuar para no perder su
valioso cargamento; sin embargo la orden de permanecer allí prevaleció y cada
cual se acomodó donde mejor le pareció, sin tomarse las medidas de seguridad
adecuadas.
Benito Coronado
por su parte, consiguió un catre de tijera, que hizo colocar a la sombra de un
frondoso árbol, como a cincuenta metros del lugar de la impedimenta, a donde
condujo a la prisionera, a la que previamente debió de haber amenazado de
muerte, pues no hizo mayor resistencia, instalándola en el aposento para
refocilarse a su gusto. Mientras le daban rienda suelta a los placeres
carnales, las fuerzas federales de Simón Castillo, a quienes subestimaron e
ignoraron, les cayó por sorpresa a las once de la noche, cuando todos descansaban,
claro, ¡A acepción de Coronado, quien estaba aún ocupado!
Coronado
no pudo hacer que la gente se reorganizara para atacar a Castillo y fue el
primero que vergonzosamente emprendió la huida, dejando sus armas, el dinero y
hasta los pantalones. Esto dio margen a que la tropa huyera también, siendo
verdaderamente imposible contenerla.
Tras el
combate de La Mora se contemplaban allí caballos muertos o heridos, así como a
cuatro zapatistas fallecidos, sumándose el teniente carrancista J. Campuzano, de
los acompañantes de Segura y Enrique “El pilcaya” otro de los revolucionarios.
Sobre la
pobre mujer tomada por Coronado, se supo que le fracturaron una pierna por el
impacto de uno de los numerosos proyectiles que lanzaron sobre su pareja.
Vicente
Segura y su comitiva, al haberse alojado en una casa cerca del camino de la
hacienda de El Naranjo, logró salir sin mayores pérdidas durante el ataque.
La falta
de conocimiento del terreno de los revolucionarios, así como la cobardía del jefe
zapatista cooperó al desgraciado fracaso que sufrieron. A los tres días de
esto, lograron reunir las fuerzas dispersas y Marquina propuso a su jefe atacar
la cabecera de Xicoténcatl defendida por Simón Castillo, para ver si podían
recuperar el armamento.
La tropa
que traía Coronado la había pertrechado con suficiente parque, por lo que creyó
Marquina derrotar a Castillo y volverse hacer de la impedimenta que traían de
Matamoros. Pero el jefe rebelde no aceptó y se mostró insolente con algunos de
sus compañeros, por lo que Javier Echeverría Adame Marquina
le propuso separarse de él por incompatibilidad de ideas.
Coronado le ofreció devolverle el grado de teniente coronel y
hacerlo su segundo, pero el joven Marquina tenia bien firmes su ideales, y prosiguió
su camino junto a Vicente Segura, con quien después de vagar por la dilatada
planicie cubierta de palmares y tupido monte se dirigió a la sierra del Abra de
Tanchipa para de ahí internarse en la huasteca potosina. Por su parte Coronado
permaneció en la zona emprendiendo una campaña de pillaje en la región de
Quintero.
Con el paso de los años, el joven Marquina se convertiría en un
destacado doctor y general revolucionario.
marvin-huerta@hotmail.com
Ramón Coronado tenía los peores
antecedentes, había estado sentenciado dos veces por homicidio, siendo preso en
las Islas Marías, pero en 1912 había salido como soldado federal de la cárcel
de Belem en la CDMX. Fue destinado al 24 Batallón, pero una vez que en una
región del Estado de Morelos y formando parte de una escolta de cincuenta
hombres que conducía haberes para la tropa, se puso de acuerdo con algunos
soldados y mataron al capitán de la escolta, quitándole los diez y siete mil
pesos que conducían, repartiendo algo a los demás y quedándose con la mayor
parte, huyó. Perseguido por el gobierno, se unió con una fuerza pequeña de
revolucionarios zapatistas, pero conociendo sus antecedentes el general
Emiliano Zapata lo mandó perseguir con la consigna de que fuera pasado por las
armas, pues ya como revolucionario había cometido algunos crímenes.
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