Pancho Villa

sábado, 11 de enero de 2020

Zapatistas en Tamaulipas


Zapatistas en Xicoténcatl

Por: Marvin Huerta Márquez

Durante la revolución constitucionalista, Tamaulipas fue paso obligado de muchos grupos rebeldes que se abastecían de parque y armas en Estados Unidos, deambulando estos grupos en diferentes municipios de la entidad, unos en son de paz y otros cometiendo toda clase de atrosidades

A fines de 1913 el joven estudiante de medicina Javier Echeverría Adame Marquina y el temible Ramón Coronado, ambos de las fuerzas de Emiliano Zapata se encontraban por separado en la parte norte de Tamaulipas, pues había acudido a la frontera en busca de armas y parque, pues las tropas del caudillo del Sur estaban necesitadas de ello.
Marquina iba como retaguardia del general carrancista Jesús Dávila Sánchez —que también iba a “parquearse” a Matamoros—, cuando por el camino se encontraron al coronel carrancista Vicente Segura, quien iba ya de regreso rumbo a la Huasteca con elementos de guerra de su propio peculio, acompañado de Guillermo Castillo Tapia y Alfredo Rodríguez y el zapatista Ramón Coronado, llevando consigo 200 rifles y 100,000 cartuchos.
Al saber que otro zapatista venia en la columna de Segura, Adame Marquina decidió incorporarse las fuerzas de Coronado.
Los huertistas de Victoria había tomado todas las medidas para capturar el armamento, de cuyo movimiento, su espionaje lo tenía bien informado; enviando un convoy ferroviario de 400 hombres a las órdenes del general Higinio Aguilar para vigilar el tramo de la vía Victoria-Estación González.
Los revolucionarios, escondidos en La Borrega, salieron la tarde del 11 de noviembre, calculando llegar a la vía en la noche, cruzándola sin ningún contratiempo por El Forlón; siguiendo por la Clementina. Ya de día, encontraron sobre el camino de Xicoténcatl a la Estación Forlón dos coches de tracción animal, en los que viajaban gentes que se dirigían a tomar el tren a  ese último lugar. Se les capturó, pues entre los pasajeros iban mujeres, una de las cuales despertó el deseo y la concupiscencia de Coronado, circunstancias que influyeron en el desastre que les ocurriría.
Haciendo un rodeo, dejaron Xicoténcatl a su izquierda, lugar que estaba guarnecido por un escuadrón de un Cuerpo Irregular al mando del capitán antiguomorelense Simón Castillo, antiguo revolucionario rendido al gobernador Rábago y que como tránsfuga, militaba en el huertismo, desempeñando, además, la jefatura política del Distrito.
Los revolucionarios continuaron la marcha, y por el camino de Santa Cruz llegaron al rancho Arroyo Blanco, en la margen izquierda del río; el cual tenían necesidad de vadear para seguir adelante. Entre los planes de capturar las armas, los huertistas esparcieron información falsa que pronto llegó a los rebeldes a través de los lugareños, negando la existencia de un vado en las cercanías, vado que sí existía en la Pepa camino de la Panocha, a escasos 6 kilómetros del lugar por donde, en un pequeño esquife, estuvieron pasando armas, municiones, monturas, etc., perdiendo tiempo considerable, terminando la maniobra como a las cinco de la tarde, hora todavía hábil para haber continuado la marcha tal como lo ordenó el coronel Segura, pero decidieron acampar en la congregación de La Mora, lugar que era una trampa, pues está ubicado en una curva muy cerrada del río y sólo tenía una entrada: el camino de la Pepa, y una salida: el camino a la hacienda del Naranjo, pues por el lado de tierra firme lo ocupaba una extensa Ciénega, circunstancia que ignoraban y que por haberse impuesto el cabecilla Coronado con sus órdenes, hizo quedar a sus compañeros atrapados como inocentes corderillos, a los que condujo mañosamente Simón Castillo.
Estos hombres tenían a cuestas veintidós horas de marcha sin descanso, sumándole la faena de la descarga, el paso y la colocación de la impedimenta en una casa de La Mora, pero aun así muchos eran de la idea de continuar para no perder su valioso cargamento; sin embargo la orden de permanecer allí prevaleció y cada cual se acomodó donde mejor le pareció, sin tomarse las medidas de seguridad adecuadas.
Benito Coronado por su parte, consiguió un catre de tijera, que hizo colocar a la sombra de un frondoso árbol, como a cincuenta metros del lugar de la impedimenta, a donde condujo a la prisionera, a la que previamente debió de haber amenazado de muerte, pues no hizo mayor resistencia, instalándola en el aposento para refocilarse a su gusto. Mientras le daban rienda suelta a los placeres carnales, las fuerzas federales de Simón Castillo, a quienes subestimaron e ignoraron, les cayó por sorpresa a las once de la noche, cuando todos descansaban, claro, ¡A acepción de Coronado, quien estaba aún ocupado!
Coronado no pudo hacer que la gente se reorganizara para atacar a Castillo y fue el primero que vergonzosamente emprendió la huida, dejando sus armas, el dinero y hasta los pantalones. Esto dio margen a que la tropa huyera también, siendo verdaderamente imposible contenerla.
Tras el combate de La Mora se contemplaban allí caballos muertos o heridos, así como a cuatro zapatistas fallecidos, sumándose el teniente carrancista J. Campuzano, de los acompañantes de Segura y Enrique “El pilcaya” otro de los revolucionarios.
Sobre la pobre mujer tomada por Coronado, se supo que le fracturaron una pierna por el impacto de uno de los numerosos proyectiles que lanzaron sobre su pareja.
Vicente Segura y su comitiva, al haberse alojado en una casa cerca del camino de la hacienda de El Naranjo, logró salir sin mayores pérdidas durante el ataque.
La falta de conocimiento del terreno de los revolucionarios, así como la cobardía del jefe zapatista cooperó al desgraciado fracaso que sufrieron. A los tres días de esto, lograron reunir las fuerzas dispersas y Marquina propuso a su jefe atacar la cabecera de Xicoténcatl defendida por Simón Castillo, para ver si podían recuperar el armamento.
La tropa que traía Coronado la había pertrechado con suficiente parque, por lo que creyó Marquina derrotar a Castillo y volverse hacer de la impedimenta que traían de Matamoros. Pero el jefe rebelde no aceptó y se mostró insolente con algunos de sus compañeros, por lo que Javier Echeverría Adame Marquina le propuso separarse de él por incompatibilidad de ideas.
Coronado le ofreció devolverle el grado de teniente coronel y hacerlo su segundo, pero el joven Marquina tenia bien firmes su ideales, y prosiguió su camino junto a Vicente Segura, con quien después de vagar por la dilatada planicie cubierta de palmares y tupido monte se dirigió a la sierra del Abra de Tanchipa para de ahí internarse en la huasteca potosina. Por su parte Coronado permaneció en la zona emprendiendo una campaña de pillaje en la región de Quintero.
Con el paso de los años, el joven Marquina se convertiría en un destacado doctor y general revolucionario.

marvin-huerta@hotmail.com



Ramón Coronado tenía los peores antecedentes, había estado sentenciado dos veces por homicidio, siendo preso en las Islas Marías, pero en 1912 había salido como soldado federal de la cárcel de Belem en la CDMX. Fue destinado al 24 Batallón, pero una vez que en una región del Estado de Morelos y formando parte de una escolta de cincuenta hombres que conducía haberes para la tropa, se puso de acuerdo con algunos soldados y mataron al capitán de la escolta, quitándole los diez y siete mil pesos que conducían, repartiendo algo a los demás y quedándose con la mayor parte, huyó. Perseguido por el gobierno, se unió con una fuerza pequeña de revolucionarios zapatistas, pero conociendo sus antecedentes el general Emiliano Zapata lo mandó perseguir con la consigna de que fuera pasado por las armas, pues ya como revolucionario había cometido algunos crímenes.

domingo, 3 de noviembre de 2019

La primer batalla por Ciudad Victoria en 1913


Esta historia tiene su origen en Tlalnepantla, donde se encontraba guarnecido el el 21º Cuerpo Rural tras el asesinato del presidente Madero. Esta fuerza estaba compuesto por muchos revolucionarios maderistas que habían luchado a favor del apóstol de la democracia, por tal motivo, al saber su destino, buscaron el momento oportuno para desertar e incorporarse a los carrancistas que en el norte del país iniciaban un movimiento armado.
El coronel José Agustín Castro , jefe del mencionado Cuerpo, salió primero, pues se entrevistaría con Carranza en Piedras Negras. El 31 de marzo el resto de la tropa desertó y se internó en los estados de Hidalgo, Guanajuato y San Luis Potosí, entrando a Tamaulipas por el municipio de Ocampo, pueblo al que llegaron el 12 de abril de 1913. En ausencia del jefe, estos ex rurales de la federación eran comandados por los entonces capitanes Emilio P. Nafarrate y Miguel M. Navarrete; ambos conocedores de la región, pues el primero había combatido a rebeldes en la huasteca potosina en 1912, mientras que el segundo conocía muy bien la huasteca tamaulipeca, pues con parte del mismo 21º de rurales,
había derrotado al cabecilla ocampense Federico S. Montelongo.
Estando en Ocampo, Navarrete y Nafarrate desarmaron a las facciones de los Cueros rurales 14º, 30º y 50º que no quisieron seguirlos y con unos 250 hombres y los oficiales Juan Jiménez Méndez, Blas Corral, Conrado Gallardo, Marcial Galarza, Gonzalo Garza, Rosalío Quiñones, Pablo Villanueva San Miguel y otros, continuaron rumbo a Llera y Xicoténcatl,
atravesando la vía férrea por Forlón, hasta llegar a Casas, en donde arribaron el día 21. Su intención era reunirse con su jefe José Agustín Castro y guerrear en Tamaulipas.
El 21 de abril de 1913, como a las doce de la noche,  el gobernador Matías Guerra le comunicó al coronel Luis L. Garza, jefe interino de las armas de Ciudad Victoria, que tenía noticias ciertas de que una numerosa partida de rebeldes había pasado como a las cinco de la tarde por la hacienda de Las Comas.
Estando en alarma por las noticias que corrían, el coronel Garza, de acuerdo con el coronel de irregulares Fiacro R. Betancourt, y con el mayor Refugio Treviño, dictó algunas providencias encaminadas a asegurar la ciudad. Contaban con cerca de 300 efectivos.
La partida de carrancistas sumaba más de 400 hombres, de los cuales 180 eran los rurales sublevados del 21º Cuerpo, treinta y tantos ferrocarrileros y más de cien paisanos reclutados en Ocampo, Llera, Xicoténcatl y algunas otras municipalidades y haciendas del sur del Estado, más los que se les unirían en Victoria. Venían perfectamente armados y municionados con carabinas mausser, trayendo además algunas mulas con armamento de reserva. A la cabeza de esta partida venían el ex cabo Manuel M. Navarrete, los hermanos
Hernández y Conrado Gallardo.
Los partes de ambos bandos no son muy claros en la participación del futuro diputado constituyente Emilio P. Nafarrate en esa primera batalla por la capital, quizás aguardó en Casas o se le dio otra misión.
Lo cierto es que a las cinco y veinte de la madrugada comenzó el ataque de los rebeldes sobre el panteón, sobre una fuerza montada que efectuaba un reconocimiento por ese rumbo a las órdenes del mayor Refugio Treviño; trabándose desde luego entre ambas fuerzas un violento y vigoroso ataque. Los rebeldes se aprovecharon de las quebraduras del terreno y de unos zanjones que existían en el cementerio, pero después de tres horas de combate fueron desalojados.
Treviño conocía muy bien a Miguel M. Navarrete, pues cuando éste era cabo, había servido bajo sus órdenes en la campaña contra los revoltosos de Ocampo, a inicios de 1912.
El combate seguía, y los revolucionarios mandados por Navarrete, llegaron a penetrar hasta el mercado El Parián, a una cuadra de la plaza principal, viéndose obligados los defensores a brincar desde el segundo piso del inmueble para retirarse. Aun así, los carrancistas fueron rechazados. El coronel federal Luis L. Garza fue de los primeros en caer muerto, corriendo igual suerte el teniente del 28º Regimiento, Guadalupe Cuellar.
Estando cerca de Luis L. Garza el mayor Treviño, quedó a cargo de la dirección del combate, hasta las ocho de la mañana, hora que se le comunicó la muerte de su homologo al coronel de irregulares, Fiacro R. Betancourt, quien inmediatamente se hizo cargo de la dirección de la defensa. 
El punto más importante de las defensas federales, el Santuario de Guadalupe, colocado sobre una serie de colinas al sur de la ciudad y que la dominaba por completo con ventajosa situación, estaba al cuidado y vigilancia de los rurales del Estado, quienes lo entregaron a los rebeldes a las 5:30 de la mañana sin disparar un solo tiro, pues estaban en complicidad con sus ex compañeros.
Dueños de ese punto, el 21º Cuerpo Rural comenzó un fuego de enfilada sobre las fuerzas de reserva colocadas en la plaza principal y sobre la cárcel, cuartel y algunos edificios públicos, haciendo certera puntería, matando a muchos defensores e hiriendo a otros tantos, así como a numerosa caballada.
Los carrancistas aminoraron el fuego como a las diez de la mañana para reforzarse mejor. Situación que fue aprovechada por los defensores de la ciudad para tratar de desalojarlos del santuario, empresa temeraria por cierto, según informó días después el coronel Fiacro R. Betancourt, pues los revolucionarios tenían todo género de ventajas y eran más de cien efectivos.
Para tal misión se organizaron dos columnas de ataque, una de setenta hombres del 28º Regimiento y 10º de Rurales a las órdenes del cabo primero Febronio Salazar; quien debía efectuar el ataque principal flanqueando al enemigo, y otro por el frente, con diez hombres a las órdenes de los sargentos segundos Juan Larrazolo y Juan G. Zurita.
Después de dos horas, que fueron por cierto las más duras de la lucha, los revolucionarios fueron desalojados de sus posiciones, dejando muchos muertos y heridos. Se ordenó luego la persecución, la cual tuvo cierto éxito, pues se logró dispersarlos y quitarles algunos prisioneros, armas y caballos.
En palabras del coronel Betancourt, las fuerzas federales del Ejército de línea y las tropas del 28º Regimiento y 10º de Rurales, y los cuarenta voluntarios que la Cámara de Comercio reclutó días antes, se portaron a la altura, haciendo especial mención por su valor temerario, al mayor Refugio Treviño, capitán primero Nabor Torres y cabo de rurales Febronio Salazar. En su parte a las Secretaría de Guerra y Marina, don Fiacro hizo también mención especial de los oficiales del 28º Regimiento: Francisco P. García, tenientes y subtenientes Cristóbal Bújanos, Merced Cuellar y Gilberto Maxemín, así como de los sargentos Juan Larrazolo, Timoteo Limas y Juan G. Zurita, añadiendo que treinta y cinco
jóvenes de “la buena sociedad” que se armaron voluntariamente y les fue encomendada la vigilancia de la prisión, desempeñaron su cometido con toda voluntad y honradez. El 30 de
abril, el coronel también solicitó al Ministerio de Guerra que se ascendiera al grado inmediato a los oficiales mencionados.
Al parecer los carrancistas contaron con toda clase de ayuda por parte del pueblo de la ciudad, pues el coronel Fiacro R. Betancourt tenía la plena seguridad y datos suficientes para asegurar que parte de la policía municipal y rurales del Estado estaban implicados, pues muchos de ellos desertaron y otros dejaron entrar a los sediciosos sin hacer la mayor resistencia, así mismo informó al alto mando huertista de la Ciudad de México, que algunos miembros del ayuntamiento y personal administrativo de otras dependencias estaba involucrados, por lo que solicitó la averiguación respectiva. 
El combate por Ciudad Victoria se prolongó hasta las dos de la tarde. Se gastaron 34,325 cartuchos, hubo 35 muertos y 6 heridos de los revolucionarios, los cuales fueron hechos prisioneros. Se supo también que Navarrete se llevó a 11 más heridos. Por parte de los federales hubo muertos un coronel, un teniente y siete de tropa, y heridos un cabo de rurales y 11 de tropa.
Según el parte, por los defensores murieron Serapio Oliva, Francisco García y Silverio Torres, pertenecientes al 10º de rurales; Juan de la Rosa, Nicolás Hernández y Lino Avalos del 28º Regimiento de Rurales del Estado, y Antonio Hernández de la gendarmería. Mientras que por los rebeldes cayeron el cabecilla Conrado Gallardo, Antonio Gallardo, Rodrigo Portales, Ildefonso Tristán, Francisco Pérez, Encarnación Medina, Gerardo Álvarez, Trinidad Hernández, Pedro Hernández, el ferrocarrilero Manuel Villafuerte, Ángel
Olvera,  Refugio Zapata, Jorge Ramos, Antonio Hernández, Francisco Alvarado, Filiberto Calvardo, Benigno Valle, Trinidad Hernández y 18 más sin identificar.
En los días posteriores, 11 prisioneros carrancistas fueron puestos a disposición del Juez Instructor Militar Especial, siendo ellos: Felipe González, Martín Rodríguez, Urbano Martínez, Calixto Castañeda, Manuel Zúñiga, Pascual Aparicio, Ascensión Medina, Mauricio Cabrera, Cayetano Abundis, Jesús Berrones y Emilio Paz, ignorando cual fue su destino.
Los carrancistas siguieron rumbo a San Carlos, Cruillas y Jiménez, donde permanecieron unos días, para después seguir a El Encinal, en donde se reunieron con José Agustín
Castro.
A si concluyó la primera batalla por la capital de Tamaulipas durante la revolución constitucionalista, plaza que finalmente cayó a mediados de noviembre de 1913, pero esa, es otra historia.
marvin-huerta@hotmail.com

lunes, 8 de agosto de 2011

Manuel Cristo Lárraga Orta



Por: Marvin Huerta Márquez

Manuel  C.  Lárraga,  nació  en  el  rancho  La  Labor,  municipio  de Tancanhuitz, San Luis Potosí, el 24 de diciembre de 1886. Sus padres fueron el señor Jesús Lárraga García (N. 1858 en Tanlajas, S. L. P.) y doña Manuela Orta. Sus abuelos paternos fueron don Manuel Lárraga y doña María Antonia Garcia. Tuvo cuatro hermanos: Leopoldo, Amparo, María Emilia y Glafira. Junto  con  su  hermano  Leopoldo,  poseyó  tres  de  las  principales fincas ganaderas del Partido de Tancanhuitz. En el año de 1902, estudió la preparatoria en el Instituto Científico y Literario de San Luis Potosí.



El primero de izquierda a derecha: Coronel Pedro Zamudio Almazán (Alcalde de Villa Guerrero en 1919), Mayor Celso Castillo Almazán (sombrero de charro), Manuel C. Lárraga (pantalón y corbata negra) y el Capitán J. Felicitos Castillo Almazán (ultimo y vestido de militar)  Archivo: Marvin Huerta




 Permaneció nueve meses en las reservas del general  Bernardo  Reyes,  al  término  de  los  cuales,  recibió  el  grado  de subteniente. Por esos años, se desempeñó como “garrotero” de los ferrocarriles, en la población de Cárdenas, S. L. P. Posteriormente, trabajó en su rancho de  San  José  del  Tinto  hasta  1910,  año en  que  ingresó  al  “Centro Antirreeleccionista de Valles”.Al estallar la Revolución, tuvo activa participación en ella, aliándose a Pedro Antonio y a Samuel de los Santos y después a Gabriel Gavira. Al triunfo de Francisco I. Madero, colaboró con el gobernador potosino don Rafael Cepeda, en la formación de cuerpos rurales en ese Estado. A  principios  de  marzo  de  1913,  fue  acusado ante las autoridades estatales, de estar implicado con el Diputado federal José Rodríguez Cobo. Por esa época, se le unen los cabecillas rebeldes, Melitón Salazar y los hermanos Hernández; con ellos unidos, la Brigada “Lárraga” llegó a 600 hombres. La zona donde operaban principalmente, era el sur de Tamaulipas y el norte de San Luis Potosí. En abril de 1914, colaboró con el Gral. Pablo González en la toma de Tampico. A mediados de 1914, se une a la División del Centro comandada por el general Jesús Carranza  —hermano de Venustiano— y avanzan hacia la capital de la república. Por  esos  días,  Lárraga  y  sus  hombres  combaten  en  diversos pueblos de Guanajuato, Querétaro, Estado de México y Puebla. En octubre de ese mismo año, es ascendido a general. Al  triunfo  de  la  revolución  constitucionalista,  permaneció  varios meses en la Ciudad de México, pero cuando sobrevino la ruptura Carranza-Villa, marcho al Estado de San Luis Potosí con el objeto de impedir la progresión de las fuerzas convencionistas. El 24 de diciembre de 1914, sostienen una refriega con los hermanos Cedillo en Ébano, San Luis Potosí; comenzando de esa manera, una serie de enfrentamientos en ese lugar. El 25 de febrero de 1915, combate en el cañón del Abra —límites de Antiguo Morelos y Quintero— a los villistas de Manuel Chao. Por esa época, la zona que tenia asignada llegaba hasta Cong. Canoas —hoy Cd. Mante—. Jugó  un  papel  importantísimo  en  el afamado sitio de Ébano, el cual dio inicio el 21 de marzo de 1915 y finalizó el 31 de mayo del mismo año.  Entre el 19 de abril y el 29 de mayo de 1915, derrotó a los villistas en San Vicente, Tanquían de Escobedo, San José del Tinto y en Los Sabinos; todas ellas poblaciones de San Luis Potosí. A finales de abril de 1916, por orden de don Venustiano Carranza, fue a los Estados de Morelos y Puebla a combatir a los zapatistas. Después de combatir a las fuerzas de Emiliano Zapata, regresó al Estado de San Luis Potosí, estableció su cuartel de operaciones en la villa de Guerrero —Tamuín— y fue nombrado “Jefe de Operaciones Militares en la Huasteca Potosina”. A principios de febrero de 1917, Álvaro Obregón, entonces Secretario de  Guerra,  le  encomendó  la  tarea  de  acabar  con  Magdaleno  y  Saturnino Cedillo, campaña que llevó a cabo hasta septiembre del mismo año. La historiadora Beatriz Rojas  lo describe como “[…] Buen soldado, conocedor del terreno, se distinguió por su crueldad, a tal punto que más de una vez sus oficiales lo abandonaron para unirse al enemigo, como el teniente Odeón Velarde que, además de ser su jefe de Estado Mayor, era su cuñado —se pasó a los hermanos Cedillo—”.
También comenta que fue un especialista en la lucha antiguerrillera “[…] con sus prácticas de quemar los campos y de reagrupar a la población para aislar a los rebeldes y exterminarlos”. La historiadora se refiere a la época cuando combatió a los zapatistas y posteriormente a los hermanos Cedillo. En el año de 1917,  recogió en El Consuelo, municipio de Tamuín, la famosa escultura huasteca llamada “El Adolescente”, que es una soberbia muestra del arte huasteco prehispánico, por estar totalmente grabada con signos y glifos que han estudiado determinantemente los arqueólogos. Esta figura se la obsequio a su cuñado, el Lic. Blas Rodríguez, quien a la vez la vendió al Museo Nacional de México a través de don Joaquín Meade. No  llegó  a  ser  gobernador  de  su  Estado,  porque  no  apoyó  sus pretensiones la autoridad máxima de S. L. P., que para entonces era el Gral. Juan Barragán. En el año de 1920, no se adhirió al Plan de Agua Prieta. Se exilió en San Antonio, Texas, y regresó cuando Adolfo de la Huerta desconoció al gobierno de Álvaro Obregón. Durante la rebelión “delahuertista”, le ofreció a Adolfo de la Huerta su apoyo en la Huasteca. A principios de abril de 1924, cuando el movimiento rebelde estaba herido   de   muerte,   es   derrotado   en   la   congregación   de   Quintero, Tamaulipas,  huyendo  en  dirección  hacia  Antiguo  Morelos,  municipio donde  se  escondió  por  unos  días,  para  posteriormente  salir  rumbo  a Estados Unidos. En 1929, se levantó a favor de José Vasconcelos. Después se fue a colaborar con el general José Lázaro Cárdenas al Estado de Michoacán, cuando éste era Gobernador de esa entidad, pero al ocupar Cárdenas la Secretaría de Guerra regresó a su rancho de San José del Tinto a trabajar. Ahí estuvo hasta 1935, año en que Cárdenas del Río lanzó su candidatura para la Presidencia de México, colaborando con éste en su campaña. En el sexenio del general michoacano, fue nombrado comandante de la aduana de Veracruz; después de la de Matamoros, Tamaulipas; Progreso, Yucatán y Piedras Negras, Coahuila. Renunció a los cargos administrativos y se reintegró al Ejército, donde permaneció hasta su retiró en mayo de 1946. Fue partidario del Lic. Padilla en la contienda electoral contra el Licenciado Miguel Alemán; se le apresó por considerarlo rebelde, pero fue liberado por el general Gilberto R. Limón, Secretario de La Defensa Nacional. Escribió sus memorias. Falleció el 19 de abril de 1961, en la ciudad de Valles, San Luis Potosí; lugar donde actualmente descansan sus restos.


Biografía sacada del libro:
Antiguo Morelos; Historia de un pueblo huasteco
Marvin Huerta Márquez
©2010

Lucio Blanco Fuentes

(1879 - 1922)


 Nació en la villa de Nadadores, Coahuila, siendo sus padres Bernardo Blanco y María Fuentes. Asistió a la escuela primaria de su villa natal y posteriormente estudió en Saltillo y Texas, donde aprendió el inglés; regresó a su tierra dedicándose a faenas de campo y pasó después al municipio de Múzquiz, también de Coahuila, donde se dedicó a la ganadería. En 1906 se relacionó con los hermanos Flores Magón estando a punto de ser sorprendido por fuerzas federales en una de las reuniones. Se vinculó con Madero incorporándose a la revolución combatiendo con fuerzas irregulares al porfirismo y después a los sublevados dirigidos por Orozco contra el presidente Madero, obteniendo el grado de teniente coronel en 1911. Al 1evantarse Carranza contra Huerta se incorporó Blanco a la revolución constitucionalista firmando el Plan de Guadalupe , ocupando Matamoros, Tamaulipas, el cuatro de junio de 1913. Desde el 1º de junio de 1913 habían comenzado acampar en el rancho Las Rusias los contingentes constitucionalistas organizados por Lucio Blanco, que sumaban cerca de mil hombres, con el fin de tomar la ciudad. Enviaron comunicados a los defensores de esa plaza y al cónsul de Estados Unidos, en los que solicitaban su evacuación para evitar el derramamiento de sangre. Cumplido el plazo de 48 horas otorgado para su salida, el Ejército Constitucionalista comenzó su plan de ataque sobre la ciudad. Las fuerzas que participaron en la toma estaban confor madas de la siguiente manera: Cesáreo Castro, al mando de los Regionales de Coahuila ; Porfirio González, con los Carabineros de Nuevo León; el teniente coronel Luis Caballero al frente de los Patriotas de Tamaulipas ; Emiliano P. Nafarrate con 10 hombres del 21 Regimiento de Rurales ; el coronel Andrés Saucedo con el 2º Cuerpo de Carabineros de San Luis Potosí , y el mayor Gustavo Elizondo al mando de los Libres del Norte ; iban además los coroneles Pedro Antonio de los Santos y Francisco Cossío Robelo. Los defensores huertistas iniciaron el ataque a las 9:00 hrs., con un grupo de aproximadamente 400 hombres al mando del mayor Ramos. Las columnas constitucionalistas atacaron al enemigo formando una línea de más de 3 km de tiradores; la de Nafarrate tenía encomendado tomar la planta de luz por el poniente, lo que logró a las 14:00 hrs. Las tropas de Saucedo y Elizondo protegían la garita de Puertas Verdes. El mayor Ramos fue uno de los primeros en cruzar la frontera y entregarse a los norteamericanos. A media tarde ya toda la ciudad se encontraba bajo el poder constitucionalista. Los huertistas hicieron el último intento de salir hacia la retaguardia, lo que fue impedido por Cossío Robelo. El combate continuó hasta entrada la noche. Hubo cerca de 200 bajas en las filas huertistas, además de los diez jóvenes fusilados a la entrada del mercado Juárez por la esquina de Matamoros y 9; los constitucionalistas sufrieron 45 bajas. Al día siguiente los vencedores, al son de la Marcha Dragona tomaron el cuartel general, instalado en la planta de luz el día anterior.
La toma de Matamoros por las fuerzas constitucionalistas de Lucio Blanco tuvieron consecuencias históricas, tanto por su importancia militar (gustaba Blanco de festinar la introducción a México por el puente viejo de grandes cargamentos de armas que enviaba a los constitucionalistas de distintas partes del país, encabezando él el convoy de armamento en una carcacha acom pañado de músicos), como por haberse integrado una comisión agraria, presidida por Francisco J. Múgica, que optó por repartir la hacienda Los Borregos , de Félix Díaz, sobrino del dictador, el 30 de agosto de 1913 a campesinos de la región y soldados revolucionarios. El acto por el que se haría el reparto de tierras se improvisó con toda la solemnidad posible en el predio expropiado a las cuatro de la tarde, contando con la presencia de distinguidas personalidades. El programa fue el siguiente: 1º. La Marsellesa; 2º. Discurso oficial del doctor Ramón Puente (quien había dirigido la campaña presidencial de Francisco I. Madero); 3º. Marcha "Viva Madero"; 4º. Discurso del jefe del Estado Mayor, mayor Francisco J. Múgica; 5º. Entrega de los títulos, siendo firmados por Lucio Blanco. Fueron once los dotados: Octaviano Govea, Ventura Govea, Apolinar Govea, Higino Gámez, Pedro Vega, José Izaguirre, Florentino Izaguirre, Fran cisco Hernández, Juan Campos, José García y Esteban Reyna. El evento finalizó con ceremonia junto al monumento de concreto, levantado cerca de la entrada a Los Borregos. En el interiordel monumento se dejó, revestido de cemento, una copia del manifiesto agrarista, ejemplares de los periódicos El Progreso de Laredo, The San Antonio News , The Brownsville Herald y de El Paso Herald, una copia de un título de tierra, una copia a llenar del cuestionario hecho a los solicitantes de tierras y una copia del acuerdo entre los principales oficiales de las fuerzas constitucionalistas adoptando el plan agrario. Carranza desconoció el reparto, sacó de Matamoros a Lucio Blanco y envió a Adolfo de la Huerta a Tamaulipas a reprimir a un campesinado al que Lucio Blanco le había despertado el deseo de emancipación. Al poco tiempo del histórico reparto le fueron quitadas las tierras a los dotados. Blanco fue enviado a Hermosillo a integrarse a las fuerzas al mando de Alvaro Obregón, distinguiéndose en las acciones de Orendain y El Castillo . Al surgir la gran división entre los revo1ucionarios, Blanco tomó partido con los convencionistas; en septiembre de 1915 fue aprehendido por Obregón, sometiéndosele a juicio militar siendo condenado a cinco años de prisión por insubordinación; pero por acuerdo del presidente Carranza salió de su prisión yéndose a radicar desterrado a Laredo, Texas. En noviembre de 1919 el presi dente Carranza llamó a filas a Lucio Blanco reingresando al servicio activo del ejército como General de Brigada; al surgir el Plan de Agua Prieta y ser asesinado Carranza, Blanco, quien le fue leal hasta el último momento, se desterró nuevamente en Laredo, Texas. En junio 7 de 1922 el general revolucionario fue víctima de un engaño y pretendiendo internarse a territorio mexicano por Nuevo Laredo fue asesinado al tratar de pasar el río. (González Salas, Carlos, Diccionario Histórico y Biográfico de la Revolución Mexicana . Tomo VII /Rivera Saldaña, Oscar, En Matamoros se vislumbró el destino agrarista de la Revolución Mexicana, Patronato Pro Museo Nacional Agrarista, 20 de noviembre de 1999) .
 
 
 Lucio Blanco firmando los documentos de dotación el 30 de agosto de 1913 en "Los Borregos".

Lauro Villar Ochoa

 (1849-1923)
General. Nació en Matamoros, habiendo sido sus padres Francisco Villar y Ursula Ochoa. Aquí hizo sus estudios primarios. Su casa fue la que está situad a en la acera norte de la calle Morelos entre Quinta y Cuarta. Se incorpora en Matamoros a la lucha contra la intervención extranjera como alférez en 1865, habiendo estado en el sitio de Querétaro; subteniente de infantería el 25 de enero de 1868. Ocupó el cargo de jefe del 24 Batallón el 1º de marzo de 1904, obteniendo por escalafón el grado de general de división el 27 de diciembre de 1911. Sirvió a los presidentes Juárez, Lerdo, Díaz y Madero; comandante militar de la 2ª Zona con cabecera en Chihuahua, a raíz de la firma de los Tratados de Ciudad Juárez el 21 de mayo de 1911; el 1º de enero de 1912, por órdenes de Madero, fue nombrado comandante militar de la plaza de la Ciudad de México; formó parte del jurado del Consejo de Guerra que ese año juzgó al general Bernardo Reyes; el 9 de febrero de 1913 defendió el Palacio Nacional y se enfrentó a la guarnición que se sublevó contra Madero, combatiendo a las tropas que encabezaron Félix Díaz y Reyes. En esa acción logró que el general Gregorio Ruiz se rindiera y sus tropas dieron muerte a Bernardo Reyes. De aquí salió herido Lauro Villar en un hombro, siendo sustituido por Victoriano Huerta; el 3 de abril de 1913 recibió de Huerta la condecoración al Mérito Militar de primera clase; el 2 de noviembre de 1913 es electo senador; enviado por el presidente Francisco S. Carvajal el 26 de julio de 1914, formó parte de la comisión que se entrevistó con Venustiano Carranza en el estado de Veracruz para convenir la pacificación del país; alcanzó el grado de general de división. Retirado del ejército, murió un 23 de junio en el puerto de Veracruz. (González Salas, Carlos, Diccionario Histórico y Biográfico de la Revolución Mexicana . Tomo VII).

Los Jefes Políticos

 


De 1812 a 1917 existieron en México funcionarios públicos que operaban en las regiones o distritos del país y eran nombrados por los gobernadores de los estados, llamados jefes políticos o prefectos . " Los jefes políticos -nos dice Romana Falcón en su investigación '¿Quiénes eran los jefes políticos?'- cuidarían la tranquilidad pública, el orden, la seguridad de las personas y sus bienes, para lo cual podrían requerir fuerza pública al comandante militar. Se encargarían de la ejecución de leyes y funciones gubernativas siendo el 'único conducto' para relacionar a los ayuntamientos con la diputación provincial o autoridades superiores. Otra función central era su responsabilidad para llevar a cabo las elecciones, y 'conocer' las dudas que de ellas surgieran. Se haría cargo del cumplimiento de las leyes, las condiciones de salud pública y la elaboración de estadísticas. Presidirían el ayuntamiento de la capital del distrito, así como la diputación provincial, pudiendo suspender a sus miembros cuando éstos abusasen de sus facultades."
 
Las jefaturas políticas eran instancias de poder, cuyo objetivo real era la de centralizar mas el poder público. "La Constitución de Cádiz de 1812 -nos dice Romana Falcón- creó una poderosa correa de centralización política con el propósito de mantener la autonomía de las regiones dentro de los límites manejables: las jefaturas políticas." Los jefes políticos que tuvo Matamoros eran personas conocidas, algunos de ellos fueron alcaldes, otros gobernadores. A continuación, una relación cronológica de los jefes políticos habidos en Matamoros, sugiriendo la lectura de la biografía de uno de ellos, don Jesús Cárdenas, pues ahí encontramos un pasaje histórico que nos explica con claridad qué era un jefe político en esta región.

César López de Lara Elizondo

 César López de Lara Elizondo
(septiembre 30 de 1890-abril 11 de 1960)


 Nació en Matamoros, siendo hijo del coronel Domingo López de Lara y de Tomasa Elizondo y hermano de Anacarsis y Diana López de Lara, quien casó con Edelmiro Muñoz; estudió primaria en escuela marista en la Ciudad de México y realizó la carrera de abogado en la Escuela Nacional de Jurisprudencia; en 1909 era uno de los tamaulipecos que escribían en revistas de oposición. Escribió en el periódico México Nuevo ; en 1910 se unió al partido y la campaña de Francisco I. Ma dero; López de Lara fue uno de tantos matamorenses que se incorporaron a la Revolución, luego que Lucio Blanco tomó la plaza el 3 de junio de 1913, saliendo de aquí rumbo a Victoria con las fuerzas de Luis Caballero; teniente coronel en la toma de Ciudad Victoria el 15 de noviembre de 1913; al ataque a Tampico -mayo de 1914- López de Lara era coronel de la Quinta División del ejército constitucionalista; en agosto de 1914 participó con el Ejército Constitucionalista en el ataque y toma e la Ciudad de México; en septiembre se le nombró comandante militar del Itsmo de Tehuantepec; el 7 de diciembre de 1914, comisionado por el general Caballero, derrota una partida de villistas en Estación Velazco, llevaba como segundos a los coroneles Ricardo Cortina y Eugenio López; el 23 de diciembre de 1914 los generales villistas Manuel Chao y Tomás Urbina atacaron El Ebano , San Luis Potosí, defendido por los generales César López de Lara y Manuel C. Lárraga. Estando por retirarse reciben refuerzos y sostienen la embestida villista, mismos que se retiran fuertemente diezmados; por abril de 1915 manda fusilar tres soldados de sus fuerzas por insubordinación. Dichos soldados eran gente de Luis Caballero. Desde esa ocasión empezó la rivalidad con Caballero; López de Lara derrota a los villistas en Santa Engracia , Tamaulipas, el 27 de mayo de 1915 y el 28 de mayo entra a Ciudad Victoria junto con Luis Caballero; el 1o. de julio de 1916 Carranza lo nom bra gobernador del Distrito Federal. Tal nombramiento surtió efecto hasta el 16 de ese mes, que los constitucionalistas tomaron la Ciudad de México. López de Lara disolvió el ayuntamiento y designó como presidente municipal al coronel Ignacio Enríquez. El cargo de gobernador del Distrito Federal le es confirmado luego de que Carranza asume -mayo 1o. de 1917- la presidencia constitucional de México; candidato a gobernador de Tamaulipas en 1917 (partido rojo ), teniendo como contrincante al general Luis Caballero (partido verde ). Las elecciones se repiten en 1918, pero ambas elecciones son declaradas nulas por el Senado de la República. El 23 de marzo de 1918 fue el enfrentamiento en Chapultepec de Caballero con López de Lara, donde resultó muerto el coronel Francisco Aguirre, jefe de la escolta del general Caballero y heridos el capitán Pablo Villarreal. Por la otra parte salió herido el licenciado Emilio Portes Gil y el capitán Mata; en las elecciones de 1920 ya no se presentó Caballero ganando López de Lara. Gobernador de Tamaulipas del 16 de febrero de 1921 a 8 de diciembre de 1923. Ramón Elizondo Villarreal, su primo hermano, fue tesorero general del estado en su gobierno y el profesor Alfonso Herrera era director general de educación pública. Hombre de carácter y energía, en sus casi tres años de gobierno hizo obra en Tamaulipas; inaugura la Escuela de Agricultura del Estado en noviembre de 1922 y en Matamoros edificó una escuela tipo. Fue por ello que, dado que por esa época no edificaban obras los gobernantes, el periódico Excélsior lo llamó "El Mirlo de la Revolución". El 8 de diciembre de 1923 deja la capital del estado -ya no volvió- para aliarse a la rebelión de Adolfo de la Huerta. A eso lo había orillado la indisposición que sostuvo hacia el centralismo buscado por el ejecutivo nacional. La revuelta logró algunos triunfos, pero sin recursos económicos y sin apoyo del pueblo, al año decide expatriarse.
 En octubre de 1939 se lanza como candidato a gobernador de Tamaulipas. En Matamoros se creó con esa intención el partido político Centro Unificador Matamorense, presidido por su primo hermano, don Miguel Elizondo, quien había sido dos veces presidente municipal cuando el general López de Lara fue gobernador de Tamaulipas. Esta última campaña no prosperó, terminando la vida política del general César López de Lara. Descendiente de políticos, César López de Lara nació en la casa de su padre, don Domingo López de Lara, ubicada en la avenida Lauro Villar y Panamá, esquina suroeste. Aunque, luego de la Revolución llegaba a Matamoros a casa de su hermana Diana, ubicada en la calle Nueve entre González y Abasolo, acera oriente. Don Domingo fue el matamorense a quien se le concesionó (1871) el permiso para establecer un tranvía urbano que iba de la plaza principal de Matamoros al poblado de Santa Cruz, hoy Puente Nuevo. Amigo del general Manuel González, don Domingo fue diputado local en 1880 y tesorero de la Federación en el gobierno del general Manuel González (1880-84). Don Domingo fue hijo de Jorge López de Lara, alcalde de Matamoros en 1839 y prefecto del distrito del norte de Tamaulipas, con cabecera en Matamoros, en 1844. César López de Lara se reincorporó al ejército en 1943; obtuvo el grado de general de brigada en 1958; fue presidente de la Unión de Vetera nos de la Revolución. Murió en la Ciudad de México. ( Garza, Ciro R. de la, Tamaulipas, apuntes históricos; Portes Gil, Emilio, Raigambre de la Revolución en Tamaulipas, p. 46.; Garibay K, Angel María, Diccionario Porrúa, 1964).

viernes, 5 de agosto de 2011

"La moral es un árbol que da moras"





Del caciquismo como la filmación de un western en una aldea medieval
     ¿Cómo hacerle justicia a las Memorias (1987) de Gonzalo N. Santos, el casi eterno cacique de San Luis Potosí, el Alazán Tostado, el Señor del Gargaleote, una de las "leyendas negras" de la Revolución Mexicana? En sus 943 páginas, el libro de Santos es varias cosas a la vez, el relato de un self-made man en la etapa en que todos lo son, de un testigo y actor del primer rango de la segunda fila. Memorias es el alarde de crímenes y fraudes, el canje de la demagogia por el cinismo y la provocación, el desfile de personajes que los lectores encuentran pintorescos porque ya no tienen oportunidad de ser sus víctimas. Las memorias de Santos son reiterativas, confusas en ocasiones, transcritas sin mayores correcciones de la grabadora o de la libreta de apuntes, presuntuosas y —desde nuestro punto de vista— demasiado afrentosas, y sin embargo, o gracias a eso, se dejan leer compulsivamente, el testimonio más vívido del sector revolucionario negado al idealismo y entregado a las complicidades que quieren prestigiarse con el nombre de Sistema.

En su época de aduanal en Tampico. 1918



     Gonzalo N. Santos, y muchísimos como él, se incorporan fatalmente a la lucha armada. No tienen otra, es la hora de la audacia, de la sangre fría, del arrojo suicida, del canje de cualquier perspectiva ética por la sobrevivencia, de la noción del poder como un botín estricto, y de la identificación de lealtad e inminencia de la traición. En este sentido, el testimonio de Santos es confiable. Si los hechos no fueron los que él narra, y su participación no fue tan determinante, lo sucedido no fue muy distinto y la psicología descrita, así no sea estrictamente la de Santos, es la de los triunfadores de entonces. Si no verdaderas, las Memorias son verosímiles, así se mezclaron y se exhibieron las emociones de los revolucionarios entusiasmados con Francisco I. Madero, indignados con el cuartelazo de Victoriano Huerta, partidarios de Venustiano Carranza, admiradores de Álvaro Obregón, enemigos o amigos sumisos de Plutarco Elías Calles. Estos aspirantes a caudillos fusilan al compadre, renuncian con celeridad a los lazos fraternos, viven en la conspiración perpetua animada por el cognac y las hetairas, se transforman al subir al estrado para el discurso, lloran al recordar al jefe asesinado, toman posesión "para siempre" de su encomienda.

Pedro Antonio de los Santos (al centro), en la promulgación del plan de San Luis, con otros revolucionarios.

     Y se aíslan progresivamente mientras el régimen se adecenta, o finge hacerlo; los modales se refinan, los funcionarios ya vienen de universidades extranjeras, los licenciados eficaces sustituyen a los gobernadores analfabetas. Santos comienza como uno de tantos, producto típico de la violencia y de la habilidad para filtrarse entre los resquicios de la violencia. Y su "mala suerte" es no morir al lado de su momento histórico, terminar como el Gran Anacronismo, el cacique aferrado al latifundio que se reparte. El revolucionario mitómano se convierte en el funcionario a tropezones y en el gobernador de San Luis Potosí que designa a sus reemplazos, y se impone con gritos, miradas, desaparición abrupta de "los escollos" a los que se les adjuntan actos de defunción, fraudes electorales, cultivo del latifundio, buenas y malas relaciones con los presidentes de la República. Lo que pasa por largo tiempo como "la expresión violenta de un temperamento nacionalista" se vuelve luego museo ambulante de las malas maneras y los despropósitos.

Coronel Samuel M. Santos (sentado)  y el Capitán 2° Gonzalo N. Santos (de pie), tras la entrada a la capital de la republica del ejército constitucionalista. Agosto de 1914.

     Todo marca a Santos: sus frases cáusticas, sus apetitos desembozados, su ostentación machista. Si de algo se distancia es de los hábitos de la modernización. Así lo reconoce en diciembre de 1959, al empezar sus memorias:
     
     Hace un año y medio exactamente que salí de aquí, de Gargaleote, primero a los Estados Unidos y después a Europa, y llevaba el firme presentimiento cuando me fui de que iba a dilatar mucho tiempo en regresar, porque sentía que la deslealtad, la traición y la cobardía me rodeaban. También llevaba no sólo el presentimiento sino la seguridad de volver cuando la jauría se cansara de ladrar... (p. 9)
     


Jefes y oficiales de la brigada Santos comandada por el Gral. Samuel M. Santos. En la fila de abajo capitán 1° Gonzalo N. Santos (1) y el coronel Fulgencio M. Santos (2). Foto de 1914.


    "Ladrón que roba a bandido, merece ser ascendido"
     Gonzalo N. Santos nace en el pueblo de Tampamolón Corona el 10 de enero de 1897, descendiente de rancheros y combatientes liberales. Su educación es previsible. Unos cuantos profesores, y las lecciones de la filosofía de la universidad-de-la-vida: a) desconfía de todos, b) la crueldad es un prejuicio, y c) las cosas son de quien las toma. Pese a vivir a la sombra de sus hermanos mayores, Pedro Antonio y Samuel, Gonzalo se siente destinado a dar órdenes. Y a los catorce años ya ejercita el poder supremo: la voluntad de matar. En el pueblo lo reta un anciano de apellido Tavera, que había sido gente de don Tomás Mejía. Tavera le dice a Santos: "A ese dragoncito yo me lo como sin chile y sin epazote", y lo golpea en el estómago con un bordón. Lo que sigue Santos lo cuenta con el ánimo rencoroso y triunfalista del resto de sus evocaciones:
     
     Metí espuelas y Tavera, engallotado, me siguió, tratando de darme otro garrotazo, pero para entonces se me estaba pasando el dolor. Volví a meter espuelas para alcanzar más distancia y los pelados martellistas y porfiristas celebraban aquello con risotadas, dirigiéndome insultos. Eché mano a la reata de lazar, que era de las llamadas pintas de tampamolón, abrí gaza, lacé a Tavera, quien seguía desafiándome, puse vueltas, metí espuelas con muchas ganas y arranqué al Pincel. Le di vueltas, dos o tres cuartazos más a mi cuaco y otros dos espuelazos y me llevé arrastrando a Tavera por el empedrado... (p. 42)
     
     La franqueza de Santos reivindica la "moral de las armas" de 1910 a 1930, y delata la transformación de actitudes: el trato del hacendado con los peones es la escuela de muchos jefes militares. Si algo, la experiencia de las haciendas y la lucha armada relativizan el valor de la vida, y el millón de muertos atribuido a la Revolución deriva en buena parte de esa falta de piedad que es la urgencia de vencer y desquitarse. Lo que sea que suene, porque nadie garantiza la contemplación del día siguiente. (Algo similar a: "Si lo he de matar mañana, lo remato de una vez"). Mencho, el amigo de Gonzalo (Marvin: Fulgencio M. Santos era su primo hermano), al saber que ya no hay leales a los federales en el pueblo emite la consigna: "A todo habitante macho de catorce años para arriba, sin siquiera preguntarle cómo se llama, le pegan dos balazos, no sea que el primero no lo vaya a matar: uno en la cabeza y el otro en el pecho" (p. 74).
     Casi en cada página, las memorias de Santos le informan al lector de la otra historia de la Revolución, distinta de las conocidas, historia no determinante estructuralmente ni constructora del pensamiento nacional, pero sí omnipresente. Para Santos, matar es un acto de justicia, y la Revolución lo autoriza a cobrar deudas, a no dejarse de nadie, a castigar con la última pena al calumniador, a expresarse en el lenguaje del exterminio. Santos da su versión de un episodio famoso de su carrera, el asesinato el 20 de septiembre de 1927 del estudiante Fernando Capdeville. Asiste al Teatro Principal a las tandas de María Conesa y Lalo, su ayudante, le avisa de un individuo que en la cantina insinúa relaciones íntimas con la ex mujer de Santos (Dolores Prigs). Éste abandona el espectáculo y se inicia la cacería automovilística:
     
     Para entonces iba ya muy encendido y cegado por la ira, lo seguimos persiguiendo y al llegar a las calles de Acapulco, frente al número setenta, el currutaco paró el carro y se bajó. Yo le dije a Ernesto (el chofer) que se le acercara y Ernesto se acercó y paró el carro como a diez metros de distancia y entonces me bajé yo, estando él parado en la calle. Al bajarme, Ernesto López me preguntó: "¿Le acompaño?", y le dije: "No, esta cosa es personal". Llevaba ya la 45 en la mano con las quijadas abiertas, y bajado el seguro y le grité al individuo: "Si es hombre, defiéndase", y avancé como una tromba hasta llegar a tres o cuatro metros de distancia del figurín. Él metió mano a la cintura, pero se quedó petrificado, probablemente de miedo y le descargué las ocho balas de mi pistola y se murió (p. 325).
     
     Detrás de este crimen hay un razonamiento implícito: este país le debe todo a los que nos fregamos en los campos de batalla, en la sierra, en la angustia de morirnos a montones. Y hasta ese derecho a hacer lo que nos venga en gana, y ahorrarnos los remilgos legales. Luego del asesinato de Capdeville, Santos le pregunta a un amigo: "¿Me notas algo?" "No —me dijo—, no le noto nada, ¿qué se echó más copas?" "No —le dije—, no me he echado ni una más, lo que me eché fue a un hijo de puta".
     En la cabeza del fuste de su silla de montar, Pancho Villa se manda tallar la mascarilla del comandante de rurales Claro Reza, al que mata en Chihuahua en 1910, cuando el comandante intentó aprehenderlo. Estas costumbres reproducen parcial y exactamente la moral de los hacendados. Lo primitivo aún no es deuda de la modernización, y la violencia es un lenguaje básico del proceso de formación nacional, en regiones aisladas, sujetas a la ley del más fuerte y sus procuradores de injusticias. Si la Revolución introduce elementos importantísimos de justicia social, también mantiene partes fundamentales del mecanismo de la barbarie. Ya en fecha relativamente tardía (1930), Santos todavía se empecina en emblematizar a la ley. ¿Quién se lo impide? Apenas se inicia el proceso de fusión del Partido Nacional Revolucionario que le permite a gente como él seguir imponiéndose, con mínimos ajustes.
     En 1930, en la campaña presidencial de Pascual Ortiz Rubio, de cuya elección Santos se enorgullece, calificándola de respuesta de su grupo a los desprecios de Aarón Sáenz, el Alazán Tostado se indigna ante los ataques de un periodista, Miguel Ángel Menéndez, al que suponen inspirado por el secretario de Ortiz Rubio, el Flaco Hernández Cházaro. Le exigen a Ortiz Rubio que expulse de la comitiva a Menéndez, por indeseable, y éste lo promete. Ya en el avión en la siguiente etapa de la campaña, le informan a Santos de la presencia de Menéndez:
     
     "¿Cómo? —le dije—. A este cabrón por qué lo mandarían en el mismo avión en que vamos nosotros". "No sé", me dijo. ¡Oí un grito que me dio la fiera que traigo dentro, más bien dicho un rugido! Me paré y me fui hacia donde estaba Menéndez sentado y le dije: "¿Cómo se atreve usted a venir en el mismo avión en que venimos Melchor Ortega y yo después de habernos insultado y calumniado?" Me dijo: "Yo no me refería a personas sino a un cuadro general, pintado y simbólico". "Pues mire, cabrón —le contesté (esto era en pleno vuelo, por encima del mar)—, usted pintaría simbolismos, pero yo le voy a pintar la cara a chingadazos", y le empecé a pegar fuetazos en la cara y en la cabeza con toda la ira de mi cuerpo. A esto, el copiloto salió rápidamente de la cabina, y vino hacia nosotros muy espantado, pero no intervino, pues de haberlo hecho el gringo, también a él le hubieran tocado sus chingadazos dado mi estado colérico. Le dejé de pegar cuando me había saciado y le dije: "Le prevengo, hijo de la chingada, que más vale que no nos volvamos a encontrar usted y yo por mucho tiempo, y dígale de mi parte al o a los hijos de la gran puta que lo inspiraron, que sepan desde ahora que no están tratando con pendejos Y QUE CON LA MISMA BOCA QUE LES DIJIMOS QUE SÍ, CON ESA MISMA BOCA LES PODEMOS DECIR QUE NO; TAMBIÉN YO ESTOY HABLANDO SIMBÓLICAMENTE". Y el avión seguía vuela, vuela y volando (pp. 423-424).
     "¿Con qué carácter me va usted a fusilar?"/ "Con el carácter de diputado —le contesté—, para algo me ha de servir el fuero..." De este modo se forman los caciques, que, una vez declarada y exhibida su lealtad al poder central, proceden —el término es muy suyo— como les da su chingada gana. Un señor feudal tiene una vivísima conciencia geográfica, se las arregla para estar con el ganador, y vive en el autismo despótico. Y un cacique, si cuenta sus proezas, no se empeña en decorar su pasado con virtudes, sino —convertidos en hazañas— en pregonar sus abusos, sus crímenes, sus complots para imponer nulidades. Si él no lo nombra, no hay gobernador; si él no los aprueba, no hay "actos de gobierno". Se cree el emblema de una causa, el santismo, iniciada con su hermano Pedro Antonio de los Santos, mártir maderista, y que con Gonzalo conoce su apoteosis y su fin. Y la causa es intensamente personal, Santos se jacta de salvar vidas con su astucia, de imponer funcionarios que le deben todo y que si son ingratos, más le deben. Santos, uno de los responsables del aplastamiento de la rebelión escobarista, un enemigo de los cristeros, un liberal anticlerical, un adversario de los currutacos y las Buenas Familias, un adalid del Machismo y la Vulgaridad enemiga de los respetos (con frecuencia, cita con encomio a un contemporáneo sólo para denostarle dos páginas después). Si nos fiamos de su palabra —y debemos hacerlo, para no recibir una mentada de madre póstuma— ingresa al ejército maderista en la adolescencia, lucha contra el huertismo y el villismo, desprecia a Zapata, se inconforma con Carranza, se adhiere ciegamente a Obregón...
     Y es un conspirador profesional. Es el diputado por excelencia, del que se desprenderán las parodias, y al que uno reconocerá, justa e injustamente, en el Catarino de La sombra del caudillo, de Martín Luis Guzmán, y en el Gordo Atajo de Los relámpagos de agosto, de Jorge Ibargüengoitia. Santos es el ánima cerril en busca de la perpetuidad. Es un homenaje intenso a la práctica, al don de la intimidación y la inteligencia natu-ral. ¿Qué es la "inteligencia natural?" Aquello que le permite a Gonzalo N. Santos construir su ideario de frase en frase, de crimen en crimen, de complot en complot. Odia la hipocresía en la misma medida en que ama el cinismo, esa jactancia que es su máscara y su proclama.
     Cabe una hipótesis: Gonzalo N. Santos escribe sus memorias con el impulso con que, sólo para combatir la mala suerte de las trece letras, añade la N a su nombre. Y si admite culpas (según él, "hazañas incomprendidas") es con tal de seguir amando a su criatura predilecta, su leyenda negra. Declara memorablemente: "La moral es un árbol que da moras, o vale para una chingada". De modo insólito, Santos se presenta ante el juicio de los lectores, fiado en su salvoconducto: su apego al temperamento nativo, y sus "huevos de toro".
     Un cacique es alguien que deposita todo su sentido del presente (que incluye el juicio del porvenir) en su don de mando. Cree que "Vasconcelos no era para el caso", y él en cambio sí lo es. Le tiene sin cuidado el Juicio de la Historia, porque las abstracciones no lo perturban. Así, niega despreocupadamente ser el asesino del joven Germán de Campo, partidario de Vasconcelos en 1929, al que le disparan mientras habla en un mitin en el jardín de San Fernando:
     
     Pero, ahora que han pasado tantos años y que no es delación contra el Flaco Hernández Cházaro, que fue quien mandó matar al estudiante Germán de Campo, con Odilón de la Mora, el Diputado Teodoro Villegas y un gachupín Martínez, ayudante de don Pascual, al que apodábamos el Vais-ver, reitero y declaro que siento no haber sido yo el que matara a ese individuo con el que me han dado tantos muertazos injustificadamente. Sí, declaro que un pinche muerto más o menos no me va a quitar el sueño, que no me voy a rajar de un hecho que yo ya haya cometido o mandado cometer, ni aquí en la tierra ni en el cielo, a donde seguramente tendré que ir a rendir declaración de mi paso por la tierra; o tal vez al infierno, pero como soy de tierra tan caliente no me va a afectar la temperatura.
     
     El "México institucional" ya no soporta a personajes como Santos. Los presidentes no admiten la democratización (la detestan), pero la barbarie tal cual sonroja en público (y regocija en privado) a los nuevos administradores del poder. Santos, el arquetipo, no entiende la transformación de su trayectoria en currículum, y se jacta hasta el final de sus haberes: a su hermano Pedro Antonio lo fusilaron las tropas de Victoriano Huerta, él fue secretario del PNR en el Distrito Federal (1929) y secretario general del Comité Ejecutivo (1929), cinco veces consecutivas diputado federal entre 1924 y 1934, senador (1934-40), y gobernador de San Luis Potosí (1943-49). ¿Cómo aceptar entonces que los presidentes lo rehúyan, que Luis Echeverría le dé clases de moral del tercer mundo y que José López Portillo firme el decreto que en 1978 afecta su latifundio de El Gargaleote? Gonzalo N. Santos muere en 1979, en la Ciudad de México, ya convertido en espectro del caciquismo. Lo sobreviven todos los caciques, pintorescos o no, ya persuadidos de que adular hasta lo último al presidencialismo es su única gran fuente de modernidad y legitimidad. Lo demás es pintoresquismo que mucho agradecerán los escritores que sepan darse cuenta. –

 

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