Pancho Villa

lunes, 10 de agosto de 2009

Carransistas asesinos

*Mi abuelo Emiliano Espinosa
- Enviado por Álvaro Espinosa Navarrete
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Agradezco el espacio que nos brindan para poder colaborar, con las historias y anécdotas familiares, en la construcción de esta magnífica página.
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Mi abuelo Emiliano Espinosa, quien vivió en Chontla, Veracruz, en la conocida Huasteca veracruzana, solía narrarnos la siguiente historia:
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Una mañana del año 1915 —yo tenía 25 años y mi padre, Eduardo Espinosa, 66— llegaron los carrancistas, bajo el mando de Higinio Melgoza. Entre los que no alcanzamos a huir tomaron a muchos prisioneros y nos llevaron amarrados. La gente del pueblo se había apostado en el panteón, en las afueras de Chontla, y cuando pasamos por ahí comenzaron a disparar, creando mucha confusión, pues disparaban desde arriba.
Los soldados que llevaban a mi padre, al tener que replegarse, lo separaron de nosotros. Esa fue la última vez que lo vi. Después a mí me llevaron hacia el lado contrario, pues los paisanos no dejaban de disparar, causándoles muchas bajas. Al advertir su desventaja, el soldado que me llevaba se disponía a matarme. Entonces le grité:
—¡Eres un cobarde! —Si me vas a matar, mátame de una vez.
Así, amarrado, saqué como pude una daga y lo maté. Luego escapé corriendo entre un zarzal, llenándome cara y cuerpo de espinas y de sangre. Vi que estaban matando mucha gente, pero sólo cuando estuve lo suficientemente lejos busqué un sitio donde esconderme; hasta entonces me pude desatar. Esperé sin moverme hasta que se fueron y ahí permanecí hasta el anochecer.
Al día siguiente me acerqué al pueblo y pude darme una idea de la cantidad de gente que habían asesinado. Las casas estaban solas porque, además, muchos, temerosos de que regresaran los carrancistas, se habían escondido en la sierra.
De los sobrevivientes, la mayoría se ocupaba de sepultar a los muertos; también nosotros sepultamos a mi padre. En su tumba coloqué una cruz de encino amarrada con un alambre de cobre. Después nos fuimos todos a la sierra. Tiempo después, un amigo que escapó de la masacre me contó cómo lo mataron.
El abuelo concluía su relato diciendo que esos soldados ya no eran revolucionarios, sino que iban para robar y matar, quemar pueblos y hacer el mal por todos los lugares que pisaban.
Quiero compartir con ustedes una fotografía de mi abuelo Emiliano Espinosa y otra de Chontla.
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Saludos.
Álvaro Espinosa Navarrete.
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Prueba de que los carransistas no tenían miramientos fue la muerte de Emiliano Zapata en 1919

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