Pancho Villa

sábado, 11 de enero de 2020

Zapatistas en Tamaulipas


Zapatistas en Xicoténcatl

Por: Marvin Huerta Márquez

Durante la revolución constitucionalista, Tamaulipas fue paso obligado de muchos grupos rebeldes que se abastecían de parque y armas en Estados Unidos, deambulando estos grupos en diferentes municipios de la entidad, unos en son de paz y otros cometiendo toda clase de atrosidades

A fines de 1913 el joven estudiante de medicina Javier Echeverría Adame Marquina y el temible Ramón Coronado, ambos de las fuerzas de Emiliano Zapata se encontraban por separado en la parte norte de Tamaulipas, pues había acudido a la frontera en busca de armas y parque, pues las tropas del caudillo del Sur estaban necesitadas de ello.
Marquina iba como retaguardia del general carrancista Jesús Dávila Sánchez —que también iba a “parquearse” a Matamoros—, cuando por el camino se encontraron al coronel carrancista Vicente Segura, quien iba ya de regreso rumbo a la Huasteca con elementos de guerra de su propio peculio, acompañado de Guillermo Castillo Tapia y Alfredo Rodríguez y el zapatista Ramón Coronado, llevando consigo 200 rifles y 100,000 cartuchos.
Al saber que otro zapatista venia en la columna de Segura, Adame Marquina decidió incorporarse las fuerzas de Coronado.
Los huertistas de Victoria había tomado todas las medidas para capturar el armamento, de cuyo movimiento, su espionaje lo tenía bien informado; enviando un convoy ferroviario de 400 hombres a las órdenes del general Higinio Aguilar para vigilar el tramo de la vía Victoria-Estación González.
Los revolucionarios, escondidos en La Borrega, salieron la tarde del 11 de noviembre, calculando llegar a la vía en la noche, cruzándola sin ningún contratiempo por El Forlón; siguiendo por la Clementina. Ya de día, encontraron sobre el camino de Xicoténcatl a la Estación Forlón dos coches de tracción animal, en los que viajaban gentes que se dirigían a tomar el tren a  ese último lugar. Se les capturó, pues entre los pasajeros iban mujeres, una de las cuales despertó el deseo y la concupiscencia de Coronado, circunstancias que influyeron en el desastre que les ocurriría.
Haciendo un rodeo, dejaron Xicoténcatl a su izquierda, lugar que estaba guarnecido por un escuadrón de un Cuerpo Irregular al mando del capitán antiguomorelense Simón Castillo, antiguo revolucionario rendido al gobernador Rábago y que como tránsfuga, militaba en el huertismo, desempeñando, además, la jefatura política del Distrito.
Los revolucionarios continuaron la marcha, y por el camino de Santa Cruz llegaron al rancho Arroyo Blanco, en la margen izquierda del río; el cual tenían necesidad de vadear para seguir adelante. Entre los planes de capturar las armas, los huertistas esparcieron información falsa que pronto llegó a los rebeldes a través de los lugareños, negando la existencia de un vado en las cercanías, vado que sí existía en la Pepa camino de la Panocha, a escasos 6 kilómetros del lugar por donde, en un pequeño esquife, estuvieron pasando armas, municiones, monturas, etc., perdiendo tiempo considerable, terminando la maniobra como a las cinco de la tarde, hora todavía hábil para haber continuado la marcha tal como lo ordenó el coronel Segura, pero decidieron acampar en la congregación de La Mora, lugar que era una trampa, pues está ubicado en una curva muy cerrada del río y sólo tenía una entrada: el camino de la Pepa, y una salida: el camino a la hacienda del Naranjo, pues por el lado de tierra firme lo ocupaba una extensa Ciénega, circunstancia que ignoraban y que por haberse impuesto el cabecilla Coronado con sus órdenes, hizo quedar a sus compañeros atrapados como inocentes corderillos, a los que condujo mañosamente Simón Castillo.
Estos hombres tenían a cuestas veintidós horas de marcha sin descanso, sumándole la faena de la descarga, el paso y la colocación de la impedimenta en una casa de La Mora, pero aun así muchos eran de la idea de continuar para no perder su valioso cargamento; sin embargo la orden de permanecer allí prevaleció y cada cual se acomodó donde mejor le pareció, sin tomarse las medidas de seguridad adecuadas.
Benito Coronado por su parte, consiguió un catre de tijera, que hizo colocar a la sombra de un frondoso árbol, como a cincuenta metros del lugar de la impedimenta, a donde condujo a la prisionera, a la que previamente debió de haber amenazado de muerte, pues no hizo mayor resistencia, instalándola en el aposento para refocilarse a su gusto. Mientras le daban rienda suelta a los placeres carnales, las fuerzas federales de Simón Castillo, a quienes subestimaron e ignoraron, les cayó por sorpresa a las once de la noche, cuando todos descansaban, claro, ¡A acepción de Coronado, quien estaba aún ocupado!
Coronado no pudo hacer que la gente se reorganizara para atacar a Castillo y fue el primero que vergonzosamente emprendió la huida, dejando sus armas, el dinero y hasta los pantalones. Esto dio margen a que la tropa huyera también, siendo verdaderamente imposible contenerla.
Tras el combate de La Mora se contemplaban allí caballos muertos o heridos, así como a cuatro zapatistas fallecidos, sumándose el teniente carrancista J. Campuzano, de los acompañantes de Segura y Enrique “El pilcaya” otro de los revolucionarios.
Sobre la pobre mujer tomada por Coronado, se supo que le fracturaron una pierna por el impacto de uno de los numerosos proyectiles que lanzaron sobre su pareja.
Vicente Segura y su comitiva, al haberse alojado en una casa cerca del camino de la hacienda de El Naranjo, logró salir sin mayores pérdidas durante el ataque.
La falta de conocimiento del terreno de los revolucionarios, así como la cobardía del jefe zapatista cooperó al desgraciado fracaso que sufrieron. A los tres días de esto, lograron reunir las fuerzas dispersas y Marquina propuso a su jefe atacar la cabecera de Xicoténcatl defendida por Simón Castillo, para ver si podían recuperar el armamento.
La tropa que traía Coronado la había pertrechado con suficiente parque, por lo que creyó Marquina derrotar a Castillo y volverse hacer de la impedimenta que traían de Matamoros. Pero el jefe rebelde no aceptó y se mostró insolente con algunos de sus compañeros, por lo que Javier Echeverría Adame Marquina le propuso separarse de él por incompatibilidad de ideas.
Coronado le ofreció devolverle el grado de teniente coronel y hacerlo su segundo, pero el joven Marquina tenia bien firmes su ideales, y prosiguió su camino junto a Vicente Segura, con quien después de vagar por la dilatada planicie cubierta de palmares y tupido monte se dirigió a la sierra del Abra de Tanchipa para de ahí internarse en la huasteca potosina. Por su parte Coronado permaneció en la zona emprendiendo una campaña de pillaje en la región de Quintero.
Con el paso de los años, el joven Marquina se convertiría en un destacado doctor y general revolucionario.

marvin-huerta@hotmail.com



Ramón Coronado tenía los peores antecedentes, había estado sentenciado dos veces por homicidio, siendo preso en las Islas Marías, pero en 1912 había salido como soldado federal de la cárcel de Belem en la CDMX. Fue destinado al 24 Batallón, pero una vez que en una región del Estado de Morelos y formando parte de una escolta de cincuenta hombres que conducía haberes para la tropa, se puso de acuerdo con algunos soldados y mataron al capitán de la escolta, quitándole los diez y siete mil pesos que conducían, repartiendo algo a los demás y quedándose con la mayor parte, huyó. Perseguido por el gobierno, se unió con una fuerza pequeña de revolucionarios zapatistas, pero conociendo sus antecedentes el general Emiliano Zapata lo mandó perseguir con la consigna de que fuera pasado por las armas, pues ya como revolucionario había cometido algunos crímenes.

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